- ¿Mis padres? - El elfo se queda pensativo, mordisqueando la punta del bolígrafo - Pues no. La verdad es que a la primer persona que quise presentarles, le ofrecieron dinero para que me llevara con ella. Poco pareció importarles que ambos tuviésemos apenas seis años... - levanta una ceja y asiente levemente - Luego intentaron subastarme, me ofrecieron como lámpara de salón en una venta de jardín y finalmente me ataron, me enfundaron en una sábana y me dejaron en una cesta frente a la puerta de un convento... - mira a Anémona con una enorme sonrisa - ¡Como veis, nada que hiciese peligrar mi autoestima, querida mía!
La mira con ojo crítico, se rasca la cabeza y prosigue:
- Pero seguid, seguid. ¿Quién es el que está haciendo sufrir a vuestro tierno y palpitante corazón, venerada Anémona? ¿Por quién suspiráis cuando la noche tiende su oscuro manto? ¿A quién se deben las brillantes lágrimas que iluminan aún más vuestros radiantes ojos cuando recordáis su rostro o cuando el recuerdo de su perfume, cual artero latigazo, cruza por vuestra memoria olfativa?